La vida, pienso, son sucesos encadenados de tal forma que con el primer acontecimiento ya aparece un interrogante (o mil) que se resuelve a medida que se van produciendo los siguientes. Cada respuesta a un interrogante previo supone, a su vez, el desencadenamiento de otras mil preguntas sin respuesta. Y ésa es, para mí, la fascinación de vivir.
De tu mano, en esa facinación vital, hay personas que comparten contigo sueños, viajes a países, viajes a otras personas, aventuras hacia el interior del otro, biografías... y, cuando lo cuentan, lo hacen de tal forma que te sorprende haber vivido algo tan fantástico sin apenas enterarte. Son los magos de las palabras y las sensaciones, que, ante la canela, no describen una especia, sino toda la explosión que han experimentado sus sentidos y, aún más: hacen que te bañes en canela, que te palpite la canela en las venas,... y, más: que quieras salir al mundo vestido sólo con canela e impregnarlo entero de lo que tú mismo desbordas.
¡Qué bonita, qué bonita y... ¡¡Qué bonita, conye!!! Sin diálogos, sólo fotografía y BSO, ya merecería la pena, porque es un bellezón cinematográfico. Sin imagen y sin más sonido que el de las palabras, ya merecería la pena también. La sazón de los dos ingredientes... digna del mejor gourmet cinematófilo.
Pero la historia... ¿qué decir de esta pequeñita gran historia? Divertida, agridulce, tierna, intimista-costumbrista, emotiva,... En resumen, ¡aromática y sabrosa!
Antes de que los aromas de Estambul se borren de vuestra memoria, vedla si podéis.
Me la recomendaron diciéndome que se trataba de la historia bien hermosa de una famila turca en Atenas que vuelve a Estambul con el golpe de los coroneles. Muuuuy bonita y humana. Me encanta.
Desde luego no me ha decepcionado en absoluto. Un aderezo estupendo de alguna carcajada, medias sonrisas, sonrisas abiertas, asomos de lágrimas y, sobre todo, la belleza de lo sencillo.
A mi vez, se la recomiendo especialmente a ése que me abre tantas veces tantas puertas de cocinas con platos de tristezas bellas y que me deja siempre envuelta en una cortina ahumada de palabras enigmáticas -propias o ajenas- trenzadas con sentimientos encontrados y músicas que me son extrañas, pero no por ello menos imanadoras.
Algunas frases/diálogos:
Dorotea, escúchame, a veces tenemos que utilizar una especia que no es la de siempre para conseguir algo, para provocar algo especial. El comino es una especia fuerte, vuelve a la gente poco comunicativa. En cambio, la canela hace que las personas se miren a los ojos.
Mi abuelo decía que la palabra gastrónomo contenía la palabra astrónomo, y así, mis clases de astronomía incluían el uso de especias.
Desde luego no me ha decepcionado en absoluto. Un aderezo estupendo de alguna carcajada, medias sonrisas, sonrisas abiertas, asomos de lágrimas y, sobre todo, la belleza de lo sencillo.
A mi vez, se la recomiendo especialmente a ése que me abre tantas veces tantas puertas de cocinas con platos de tristezas bellas y que me deja siempre envuelta en una cortina ahumada de palabras enigmáticas -propias o ajenas- trenzadas con sentimientos encontrados y músicas que me son extrañas, pero no por ello menos imanadoras.
Algunas frases/diálogos:
Dorotea, escúchame, a veces tenemos que utilizar una especia que no es la de siempre para conseguir algo, para provocar algo especial. El comino es una especia fuerte, vuelve a la gente poco comunicativa. En cambio, la canela hace que las personas se miren a los ojos.
Mi abuelo decía que la palabra gastrónomo contenía la palabra astrónomo, y así, mis clases de astronomía incluían el uso de especias.
- Mientras yo te voy hablando de astronomía, tú las pruebas y piensas, ¿entendido? Empecemos. (Mientras coloca un grano de pimienta sobre el dibujo del sol) Pimienta. Es caliente y quema.
- El sol.
- El sol. Y dime, el astro sol ¿qué es lo que ve el sol?
- Lo ve todo.
- Exacto. Por eso la pimienta va con todas las comidas. (Esparce pimentón rojo sobre otro planeta dibujado) Luego tenemos a Mercurio, también caliente. Y después a Venus(colocando una rama de canela sobre él).
-(Tras chuparlo) Canela.
- Venus era la más bella de las mujeres, por esa razón la canela es, a la vez, dulce y amarga, como todas las mujeres. Luego viene la Tierra, donde estamos nosotros. ¿Qué tenemos en la Tierra?
- En la Tierra tenemos vida.
- Mmm. En la Tierra hay vida, pero la vida no está ahí sin más. No hay vida así como así. ¿Qué se necesita para la vida?
- Alimento.
- ¿Y qué es lo que hace más sabroso el alimento?
- La sal.
- La sal. La vida también necesita sal. Los alimentos y la vida necesitan sal para ser más sabrosos.
Mientras van impregnando postales de los distintos sitios en el aroma de las especias correspondientes):
En Micenas crecen los claveles; en Delfos, las rosas; en la Acrópolis, el olivo.
Si me retrasara, tú no te olvides nunca de mirar las estrellas, estés donde estés. Ya sabes que en el cielo podemos ver muchas cosas (y otras que quedan ocultas). Háblales a los demás de las cosas que no pueden ver, porque a todos nos gusta disfrutar lo desconocido. Ocurre lo mismo con la comida: ¿qué importa que no se vea la sal si la comida es sabrosa y podemos saborearla? No se ve, pero la esencia está en la sal.
Los mejillones me recuerdan al hamman, el baño turco. Se decía que allí se les abría el alma a los ancianos igual que se abren los mejillones que se cocinan al vapor.
Mi querida difunta esposa decía que cuando te ibas de un sitio debías hablar del lugar donde habías ido, no del que habías dejado atrás.
Los turcos nos expulsaban como griegos y los griegos nos recibían como turcos.
Los turcos nos expulsaban como griegos y los griegos nos recibían como turcos.
Las salsas conducen el sabor hacia la exageración. Hay gente que no pone salsa en las comidas, pero sí en las conversaciones.
He aprendido que, en la vida, hay dos clases de viajeros: los que miran el mapa para trazar una nueva ruta y los que, sencillamente, se miran al espejo. Los que miran el mapa son los que se van. Los que se miran al espejo son los que regresan.
Otra persona mayor con una caja de dulces. También a punto de ofrecer los dos primeros sabores de la vida: leche y azúcar.
- ¿Por qué no has vuelto nunca en todos estos años, Fanish?
- Tenía miedo.
- ¿De mí?
- Del momento en que tendría que volver a irme.
Si miramos atrás en los andenes, la imagen permanece como una promesa.
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